1 nov 2010

Lula da Silva, el líder que convirtió a Brasil en potencia


Desde: http://www.clarin.com/mundo/Lula-Silva-convirtio-Brasil-potencia_0_364163627.html

31/10/10 - En 8 años de gobierno logró incorporar a la clase media y al consumo a casi 30 millones de personas. Y el país pegó un salto de calidad. Dejará el poder en enero con una altísima popularidad. Su futuro, una incógnita.

Por Claudio Mario Aliscioni
Brasilia. Enviado Especial

GRACIAS. LULA DA SILVA RECIBE AYER EL SALUDO DE SUS SEGUIDORES, TRAS VOTAR EN SAO BERNARDO DO CAMPO.
Gracias. Lula da Silva recibe ayer el saludo de sus
seguidores, tras votar en Sao Bernardo do Campo.

Como aquel personaje de Chejov que se arriesgaba a enfriar su té por el placer de beberlo despacio, saboreando el momento, también Lula da Silva degusta su último trago.

Al jefe de Estado brasileño no lo incomoda desde luego el frío ruso del presente. Lo turba, en cambio, la amenaza del futuro. Y esa sensación de desarraigo es tanto más fuerte que, en apenas tres meses, cuando deje el cargo, comenzará un nuevo espectáculo político: la reinvención personal del presidente más popular de la historia del país .

Lula sabrá allí si es fiel a su esencia, ésa según la cual como le fue difícil llegar a la cima, entonces también le será trabajoso bajar. Lo confesó hace poco con toda su frontal franqueza: “Sé que un día me va a caer la ficha y ahí veré que ya no soy más presidente”. No es una admisión baladí. Tras ocho años de gobierno en Brasilia, deja el puesto con el 84% de apoyo nacional y el reconocimiento de todo el planeta.

Por un breve período, Lula pasará por esa cámara de descompensación que es para él San Bernardo Ocampo, en el Estado de San Pablo. Según su declaración jurada, el mandatario saliente tiene allí cuatro propiedades, entre ellas, un departamento donde vivirá con Marisa, su mujer; y una suerte de pequeña quinta, Los Fubangos, comprada en 1993. Esta enumeración inmobiliaria, sin embargo, no debe confundir: el presidente fue gremialista, pero no es un millonario.

Según sus íntimos, hace unos seis meses afloraron síntomas de que lo aplastaba el pesado manto del fin de reino. “Todo acto ya es el último y ya estoy con nostalgia pensando en lo que voy a hacer”, les dijo. Entre bromas, agregaba que dejar el cargo tiene sus ventajas. “Por ejemplo, tomar un baño de playa o una cervecita sin que después digan que el presidente está bebido”.

Pero nada de eso parece entusiasmarlo. Por ejemplo, ha esparcido la noticia de que, cuando acaben las reformas de su casa, irá allí de inmediato. O que luego recorrerá el mundo para recibir unos 30 doctorados honoris causa que lo esperan. O que también considera crear un instituto para combatir la pobreza en Brasil.

Pero nada de eso emparda la gloria pasada que no vuelve, su bossa inventada a medida, sus “Saudades del poder”.

La victoria de Dilma Rousseff significa, en sustancia, el inicio de la experiencia histórica del “lulato”. Reiteradamente, Lula ha dicho que no intervendrá en el gobierno de su sucesora. Pero habrá que ver si acaso acaba inventando un sistema parecido al del cardenal consejero Richelieu con el rey francés: ni tanto que digan que hace lo que digo; ni tan poco que crean que no me oye.

La base de ese fenomenal movimiento político que ya se palpa aquí es el legado que deja. Fue en sus ocho años de gestión cuando la proyección de Brasil pegó un salto fundamental. La vida es mejor para los brasileños ahora que al inicio de su mandato.

En un país de 190 millones de habitantes, incorporó a la clase media a 29 millones, que hoy por primera vez consumen, planifican, obtienen créditos, educan mejor a sus hijos y van al dentista. Todos los indicadores sociales han mejorado.

Este mercado interno en expansión, unido al apetito de China por la soja, el hierro y la carne, más el centenar de empresas brasileñas que se proyectan al mundo apoyadas en el crédito estatal, hacen que éste sea “el mejor momento en la entera historia de Brasil” , según dijo el economista Marcelo Neri, de la fundación Getulio Vargas.

Como contrapartida, también debe decirse que nunca antes los empresarios habían ganado tanto dinero. Ciertas interpretaciones apresuradas gustan ver en Lula a un clásico izquierdista. Pero el presidente en retiro, en rigor, es más bien un buen burgués.

Su biografía política lo prueba. Hizo carrera desde el sindicalismo con un discurso radicalizado, fue tres veces perdidoso candidato presidencial y llegó al Planalto sólo tras sellar una unión con grupos económicos locales.

Su vicepresidente, el empresario José Alencar, es un testimonio de ese cambio, corroborado al inicio de su mandato cuando ratificó políticas ortodoxas introducidas por su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, y les imprimió su sesgo social que hoy lo distinguen. En suma, con sensible olfato político, Lula advirtió que, como en tantos lugares de América Latina, el problema de la derecha es que nunca piensa en el mercado interno y siempre acaba excluyendo.

Para sus fines, Lula usó al Estado –con Petrobras como la nave insignia– como ariete de desarrollo. Todo eso explica su enorme arrastre popular.

Como en todo legado, también hay sombras en el horizonte. Dicho con esquemática brevedad: sus críticos le reprochan no haber hecho varias reformas (impuestos, educación, salud). Hay quienes, incluso, observan que el grueso de las exportaciones de Brasil está integrado por commodities y que el país aún no ha iniciado su plena industrialización.

De todos modos, esa experiencia es ahora el pasado. Aunque Lula no forzó un tercer mandato consecutivo, pocos le creen (“no sé si estaré vivo”) cuando lo atoran con la pregunta de si se postulará en 2014.

En el fondo, parece pensar que su 84% de popularidad es un guiño de sus compatriotas para que regrese. Algo de razón tiene: a los 65 años y con excelente salud, nadie lo imagina caminando en la playa con su mujer y bebiendo agua de coco.

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